Parte 12 - Psora


Psora

     Del Parágrafo 72:
     “...Las enfermedades a que el hombre está sujeto son ya procesos rápidos y morbosos de la fuerza vital anormalmente desviada que tienen tendencia a terminar su periodo más o menos rápidamente, pero siempre en un tiempo de curación mediana, que se llaman enfermedades agudas; o son enfermedades de carácter tal que, con un principio pequeño e imperceptible, desvían dinámicamente el organismo vivo, cada una a su manera peculiar, que le obligan a separarse gradualmente del estado de salud de tal modo que la energía vital automática, llamada fuerza vital, cuyo fin es preservar la salud, solamente les opone al principio y durante su curso, una resistencia imperfecta, impropia e inútil, que es incapaz por sí misma de destruir y las sufre irremediablemente (y las desarrolla) siendo cada vez más apartada de la normal, hasta que al fin el organismo se destruye; estas enfermedades se llaman crónicas. Son causadas por infección dinámica con un miasma crónico.”

Parágrafo 74:
     “Entre las enfermedades crónicas debemos contar desgraciadamente, con aquellas que tan comúnmente se encuentran, producidas artificialmente en el tratamiento alopático con el uso prolongado de medicamentos heroicos violentos, administrados en grandes y progresivas dosis, por el abuso del calomal, del sublimado corrosivo, del ungüento mercurial, del nitrato de plata, del iodo y sus ungüentos, del opio, de la valeriana, de la cinchona, de la quinina, de la digital, del ácido prúsico, del azufre, de ácido sulfúrico, de los purgantes continuos, de las sangrías, de las sanguijuelas, de los exutorios, de los sedales, etc., por cuyo medio la fuerza vital es debilitada a un grado de extensión despiadada y algunas veces si no sucumbe, gradualmente se desvía (de un modo peculiar por cada sustancia) de tal modo que a fin de sostener la vida contra estos ataques enemigos y destructores, produce una revolución en el organismo, unas veces privando a alguna parte de su sensibilidad e irritabilidad y otras exaltándolas a un grado excesivo, determina dilatación o contracción, relajación o induración y aún destrucción total de ciertas partes y desarrolla alteraciones orgánicas aquí y allí, en el interior o en el exterior (lisiando el cuerpo interna y externamente), a fin de preservar al organismo de la destrucción completa por los ataques hostiles siempre renovados de semejantes fuerzas destructoras”.

     Parágrafo 75:
     “Estos trastornos de la salud realizados por la alopatía, que no es un arte de curar, (particularmente en los tiempos actuales), son la más deplorables de todas las enfermedades crónicas, las más incurables; y siento añadir que es aparentemente imposible descubrir o encontrar remedios para curarlas cuando han alcanzado gran desarrollo.”

      Parágrafo 76:
     “La Divinidad benéfica nos concedió, en la Homeopatía, los medios para proporcionar alivio solamente en las enfermedades naturales; pero las devastaciones y mutilaciones internas y externas del organismo humano realizadas durante muchos años por el ejercicio inhumano de un falso arte con sus drogas y tratamientos nocivos sólo pueden ser remediadas por la fuerza vital (ayudándola convenientemente, desarraigando algún miasma crónico que puede suceder que exista oculto en el fondo), si no ha sido demasiado debilitada por tales actos perjudiciales, y pueda disponer de varios años para este enorme trabajo, sin molestia alguna. No hay ni puede haber arte curativo humano para restablecer al estado normal estas innumerables condiciones anormales tan a menudo causadas por el arte alopático, que no es curativo.”

     Parágrafo 77:
     “Son impropiamente llamadas enfermedades crónicas las que sufren las personas que se exponen continuamente a influencias nocivas evitables, que tienen por costumbre entregarse al uso de alimentos y bebidas dañosas, que son adictos a excesos de varias clases que minan la salud, que sufren de la privación prolongada de cosas necesarias para el sostén de la vida, que viven en localidades insalubres, especialmente distritos pantanosos, que habitan en sótanos u otras casas reducidas, que están privados de aire libre y no hacen ejercicio, que arruinan su salud con trabajo mental o físico excesivo, que viven en un estado constante de preocupación, etc. Estos estados de mala salud que la gente se ocasiona, desaparecen espontáneamente, con tal que no exista en el cuerpo ningún miasma crónico, mejorando el modo de vivir, y no pueden llamarse enfermedades crónicas.”

     Parágrafo 78:
     “Las verdaderas enfermedades crónicas naturales son las que se originan de un miasma crónico, las cuales abandonadas a sí mismas o no dominadas con el empleo de los remedios que les son específicos, siempre van en aumento y empeorándose, no obstante el mejor régimen mental y físico, y atormentan al paciente hasta el fin de su vida con sufrimientos que siempre se agravan. Estas, exceptuando las producidas por tratamiento médico erróneo, son las más numerosas y la calamidad más grande de la raza humana, pues la constitución más robusta, el método de vida mejor regulado y la energía de la fuerza vital más rigurosa, son insuficientes para destruirlas o desarraigarlas”.
“Durante los años florecientes de la juventud y con el comienzo de la menstruación, unido a un género de vida beneficioso para el alma, el corazón y el cuerpo, permanecen desconocidos por años. Los afectados aparecen en perfecta salud a sus parientes y amigos y la enfermedad transmitida por infección o heredada, parece haber desaparecido completamente. Pero en años posteriores, después de acontecimientos y condiciones adversas de la vida, se presentan con seguridad y se desarrollan con más rapidez y revistiendo un carácter más serio en proporción con la perturbación del principio vital por pasiones debilitantes, penas y cuidados pero especialmente cuando ha sido desordenado por un tratamiento médico inadecuado.”

     Parágrafo 79:
     “Hasta ahora sólo la sífilis ha sido conocida, hasta cierto punto, como tal enfermedad miasmática crónica, que sin medicación cesa solamente con la terminación de la vida. La sicosis (enfermedad condilomatosa) igualmente indesarraigable por la fuerza vital sin tratamiento médico apropiado, no era reconocida como enfermedad miasmática crónica de carácter peculiar, a pesar de que lo es indudablemente, y los médicos piensan que la ha curado cuando han destruido las excrecencias de la piel, pero escapaba a su observación la discrasia existente ocasionada por ella.”

     Parágrafo 80:
     “Es incomparablemente mucho mayor y más importante que los dos miasmas crónicos que se acaban de citar, el miasma crónico psórico que, mientras los otros dos revelan su discrasia específica interna, el uno por el chancro venéreo y el otro por excrecencias en forma de coliflor, él también, después de realizar la infección interna de todo el organismo, se manifiesta por una erupción cutánea peculiar consistente a veces en algunas vesículas acompañadas de intolerable comezón cosquilleante voluptuosa (y un olor peculiar), el monstruoso miasma crónico interno -la psora, la única causa fundamental y real y productora de todas las otras numerosas, y puedo decir innumerables formas de enfermedad (*), que bajo los nombres de debilidad nerviosa, histeria, hipocondriasis, manía, melancolía, imbecilidad, locura, epilepsia, convulsiones de todas clases, reblandecimiento de los huecos (raquitismo), escoliosis y cifosis, caries, cáncer, fungus hematodes, neoplasmas, gota, hemorroides, ictericia, cianosis, hidropesía, amenorrea, hemorragia del estómago, nariz, pulmones, vejiga y útero; de asma y ulceración de los pulmones, de impotencia y esterilidad, de hemicránea, sordera, catarata, amaurosis, cálculos urinarios, parálisis, defectos de los sentidos y dolores de todas clases, etc., aparecen en obras sistemáticas de patología como enfermedades peculiares e independientes.”
     (*)“Pasé doce años en investigar el origen de este gran número increíble de afecciones crónicas, indagando y reuniendo pruebas seguras de esta gran verdad desconocida a todos los observadores antiguos y contemporáneos, y descubriendo al mismo tiempo los principales (antipsóricos) remedios que colectivamente son casi iguales a esta enfermedad monstruosa de mil cabezas en todos sus desarrollos y formas diferentes. he publicado mis observaciones sobre este asunto en el libro titulado Las Enfermedades Crónicas (4 volúmenes, Dresden, Arnold. (segunda edición Düsseldorf, Schaub));...”

     Parágrafo 81:
     “El hecho de que este agente infectante extremadamente antiguo, haya pasado gradualmente a través de muchos millones de organismos humanos, en algunos cientos de generaciones, alcanzando así un desarrollo increíble, hace concebible en algún modo como pueda ahora desplegar tan innumerables formas morbosas en la gran familia humana, particularmente cuando consideramos que número de circunstancias (1*) contribuye a la producción de esta gran variedad de enfermedades crónicas (síntomas secundarios de la psora), además de la diversidad indescriptible de hombres respecto a su constitución física congénita; de manea que no debe sorprender si tal variedad de influencias nocivas obrando interna o externamente y a veces continuamente sobre tal variedad de organismos compenetrados del miasma psórico, produzca una variedad innumerable de defectos, lesiones, desarreglos y sufrimientos que hasta ahora habían sido tratados en las obras antiguas de patología (2*) (3*) bajo cierto número de nombres especiales, como enfermedades de carácter independiente.”

(1*)“Algunas de estas causas que ejercen influencia modificadora en la transformación de la psora en la enfermedad crónica, dependen algunas veces claramente del clima y del carácter físico peculiar del lugar que se habita, algunas veces de la gran variedad de la educación física y mental de la juventud, que pudo haber sido descuidada, retardada o llevada a excesos, o en el abuso en los negocios, o condiciones de vida, en la cuestión de la dieta y régimen, pasiones, comportamiento, hábitos y costumbres de varias clases.”

 (2*) “¡Cuántos nombres impropios y ambiguos contienen estas obras, bajo cada uno de los cuales están incluidas condiciones morbosas completamente diferentes, que con frecuencia se parecen únicamente en un sólo síntoma, como la fiebre intermitente, ictericia, hidropesía, consunción, leucorrea, hemorroides, reumatismo, apoplejía, convulsiones, histeria, hipocondriasis, melancolía, manía, anginas, parálisis, etc. que las consideran como enfermedades e carácter fijo e invariable y son tratadas por motivo de su nombre, conforme a determinado plan. ¿Cómo puede justificar la adopción de semejante nombre un tratamiento médico idéntico?”... « Y de la misma manera se queja Fritze (Annalen, i, p. 80) «que enfermedades esencialmente diferentes son designadas con el mismo nombre». Aún las enfermedades epidémicas que indudablemente pueden propagarse en cada epidemia distinta por principio contagioso especial que nos es desconocido, son designadas, en la antigua escuela de medicina, por nombres particulares, lo mismo que enfermedades definidas bien conocidas que se presentasen invariablemente bajo la misma forma, como la fiebre de hospital, de cárcel, de campo, pútrida, biliosa, nerviosa, mucosa, aunque cada epidemia de tales fiebres errantes e manifestase en cada aparición como distinta, como una nueva enfermedad, como si nunca antes hubiese aparecido exactamente en la misma forma, difiriendo muchísimo, en cada caso, en su curso tanto como en muchos de sus síntomas más notables y en todas sus manifestaciones. Cada una es tan distinta de todas las epidemias anteriores, que cualquiera que sea el nombre que lleven, sería un abandono de toda exactitud lógica en nuestras ideas, si fuéramos a dar a estas enfermedades, que difieren tanto entre si, uno de esos nombres que encontramos en las obras de patología, y las tratáramos a todas administrando los medicamentos de conformidad con este nombre abusivo. El íntegro Sydenham sólo, notó ésto, cuando (Obs. med., cap. ii, De moob. epid.) insiste en la necesidad de no considerar cualquiera enfermedad epidémica como habiendo ocurrido antes y tratarla del mismo modo que la otra, puesto que todas las que se presentan sucesivamente y que son siempre tan numerosas, difieren las unas de las otras”...
(3*) “De todo esto se desprende claramente que estos nombres inútiles y arbitrarios de las enfermedades no deben de tener influencia en la práctica del verdadero médico, que sabe que debe juzgar y curar las enfermedades, no conforme a la semejanza del nombre de uno solo de sus síntomas, sino de acuerdo con la totalidad de los signos del estado individual de cada paciente, cuya afección tiene el deber el médico de investigar cuidadosamente, pero jamás dar suposiciones hipotéticas de ella.
Sin embargo, si se juzgase necesario algunas veces hacer uso de los nombres de las enfermedades, a fin de que, cuando se hable acerca de un enfermo con el vulgo, nos hagamos entender en pocas palabras, solamente debemos emplearlos como nombres colectivos y decir: el enfermo tiene una especie de mal de San vito, una especie de hidropesía, una especie de tifo, una especie e fiebre intermitente; pero (con el fin de desechar para siempre las nociones erróneas a que dan origen estos nombres) nunca deberá decirse que tiene mal de San Vito, tifo, hidropesía fiebre intermitente, pues ciertamente no hay enfermedades de nombres semejantes y de carácter fijo e invariable.”

     Parágrafo 103:
     “Del mismo modo como aquí se ha dicho con relación a las enfermedades epidémicas, que generalmente son de carácter agudo, las enfermedades crónicas miasmáticas, que, como he demostrado, siempre permanecen las mismas en su naturaleza esencial, especialmente la psora, deben investigarse en todos sus síntomas y de un modo mucho más minucioso de lo que ha hecho antes, porque también en dichas enfermedades un paciente solo exhibe una parte de los síntomas, un segundo, un tercero, etc., presentan algunos otros, que también son (separados como están) parte de la totalidad de los síntomas que constituyen la extensión completa de la enfermedad. De modo que todo el conjunto de síntomas que pertenece a una enfermedad miasmática crónica, y especialmente a la psora, solo puede descubrirse por la observación de muchos pacientes individualmente afectados de tales enfermedades crónicas; y sin un examen completo y un cuadro colectivo de estos síntomas no puede descubrirse el medicamento capaz de curar homeopáticamente (es decir, antipsórico) toda la enfermedad. Estos medicamentos son, al mismo tiempo los verdaderos remedios de varios pacientes que sufren de tales enfermedades crónicas.”

     La afirmación de Hahnemann de que la gran mayoría de manifestaciones crónicas dependen de la Psora, resulta para muchos insólita e incomprensible.
El mencionado juego de espejos que acompaña a toda la doctrina puede probablemente ayudar a explicar este concepto.
Cada patogenesia provoca una variada serie de síntomas, resultado de la reacción del remedio en múltiples experimentadores con distintas constituciones.
Como reflejo, aquellos pacientes crónicos que resultaban curados por cierto remedio, en base a la similitud con sus síntomas patogenéticos, acercó a Hahnemann algunas conclusiones.
Aunque en el proceso de curación los pacientes habían transitado una sucesión de síntomas muy diversos, al punto de ser catalogadas como enfermedades diferentes, resultaban finalmente curadas por el medicamento que había a la vez provocado patogenéticamente todos los síntomas.
Esto llevó a Hahnemann a plantear que la verdadera enfermedad, mas allá que tuviera múltiples apariencias, se trataba de una sola, cuyo reflejo estaba en el remedio homeopático que había logrado curar al paciente.
Explicación derivada de una evidencia experimental.
Cada medicamento en definitiva expresa una modalidad particular de la Psora.
Así la psora de Lycopodio difiere de la de Pulsatilla o de la de Natrum muriaticum.

     Respecto a la categorización de la patología por funciones, órganos o tejidos, Hahnemann no la descarta, aconsejaba denominar “una especie de” gastritis, asma, etc, sirviendo como descripción clínica general, pero señalando que ésta no alcanza el valor terapéutico que si lo tiene el diagnóstico del medicamento homeopático.



Respecto a los niveles de profundidad de la psora

     La Psora entendida como el desequilibrio esencial de la energía vital encuentra un abanico progresivo de profundidad o gravedad en cada individuo.
El término “desarrollo de la psora” que utiliza Hahnemann debe hacernos pensar en este aspecto.

     Parágrafo 242:
     “Pero si en una epidemia de fiebre intermitente no se han curado los primeros paroxismos o si el paciente ha sido debilitado por un tratamiento impropio alopático, entonces la psora inherente que existe latente, ¡ay! en tantas personas, se desarrolla, toma el carácter de fiebre intermitente y aparentemente continúa jugando el papel de la epidemia de fiebre intermitente, de modo que el medicamento que hubiera sido útil en los primeros paroxismos (rara vez un antipsórico) ya no es apropiado y no puede prestar ningún servicio. Ahora tenemos que ver con una fiebre intermitente psórica únicamente, y ésta cederá por regla general con una pequeña dosis, que rara vez habrá que repetir, de Sulphur o hepar sulphuris en alta potencia.”

     Parágrafo 243:
     “En las fiebres intermitentes con frecuencia muy graves que atacan a una persona aislada que no vive en un lugar pantanoso, debemos también al principio, como en el caso de las enfermedades agudas generalmente, a que se asemejan respecto a su origen psórico, emplear por algunos días para ver qué servicio hace, un remedio homeopático elegido para el caso especial de entre los de la otra clase de medicamentos (no antipsóricos) experimentados; pero si a pesar de este proceder el restablecimiento se hace esperar, entonces nos daremos cuenta que es la psora a punto de desarrollarse la que lo impide y que en este caso sólo las medicinas antipsóricas pueden efectuar la curación radical.”

     Parágrafo 244:
     “Las fiebres intermitentes endémicas en comarcas pantanosas y en ciertos lugares de países expuestos con frecuencia a inundaciones, dan mucho qué hacer a los médicos de la escuela antigua, no obstante que un hombre sano durante su juventud puede habituarse a vivir en lugares pantanosos sin enfermarse, con tal que evite un régimen impropio y su organismo no se encuentre deprimido por miseria, fatiga o pasiones perniciosas. Las fiebres intermitentes endémicas le atacarán cuando más al llegar por primera vez a estos lugares, pero una o dos dosis muy pequeñas de una alta dinamización de cinchona, juntamente con un modo de vivir bien regulado a que se acaba de hacer referencia, rápidamente le librarán de la enfermedad. Cuando una persona, a pesar de hacer un ejercicio corporal suficiente y de seguir un sistema saludable de trabajo intelectual y físico, no puede curarse de una fiebre intermitente con una o varias pequeñas dosis de china, es que la psora, a punto de desarrollarse, existe siempre en el fondo u origen de su enfermedad, y dicha fiebre no podrá curarse en la comarca pantanosa sin un tratamiento antipsórico (*).
      Algunas veces sucede que cuando el enfermo se cambia sin dilación del lugar pantanoso a otro seco y montañoso, se presenta en apariencia el restablecimiento (la fiebre lo deja) si todavía no está profundamente enfermo, es decir, si la psora no se ha desarrollado en él completamente y puede en consecuencia volver a su estado latente; pero nunca recobrará su salud perfecta sin tratamiento antipsórico”
(*) “Las grandes dosis, a menudo repetidas, de cinchona, como también de remedios químicos concentrados, como el sulfato de quinina, tienen ciertamente el poder de librar a tales enfermos de los accesos periódicos de la intermitente, pero los que así se han engañado creyendo que estaban curados, quedan enfermos de otro modo, frecuentemente con una intoxicación quínica incurable”.




Algunas consideraciones sobre el concepto de
infección dinámica  

     Vayamos a alguno de los parágrafos en los que Hahnemann hace referencia  a este aspecto.
Volvamos al Parágrafo 81:
     “El hecho de que este agente infectante extremadamente antiguo, haya pasado gradualmente a través de muchos millones de organismos humanos, en algunos cientos de generaciones, alcanzando así un desarrollo increíble, hace concebible en algún modo como pueda ahora desplegar tan innumerables formas morbosas en la gran familia humana, particularmente cuando consideramos que número de circunstancias (*) contribuye a la producción de esta gran variedad de enfermedades crónicas (síntomas secundarios de la psora), además de la diversidad indescriptible de hombres respecto a su constitución física congénita; de manera que no debe sorprender si tal variedad de influencias nocivas obrando interna o externamente y a veces continuamente sobre tal variedad de organismos compenetrados del miasma psórico, produzca una variedad innumerable de defectos, lesiones, desarreglos y sufrimientos que hasta ahora habían sido tratados en las obras antiguas de patología (**) bajo cierto número de nombres especiales, como enfermedades de carácter independiente.”

     Parágrafo 148:
     “La enfermedad natural nunca debe considerarse como una sustancia nociva situada en alguna parte interior o exterior del cuerpo humano (parágr. 11-13), sino como producida por una agente hostil no material, que como una especie de infección (nota al parágr. 11) perturba en su existencia instintiva el principio vital, no material del organismo, torturándolo como un espíritu maligno y obligándolo a producir ciertos padecimientos y desórdenes en el curso normal de su vida. Éstos son conocidos con el nombre de síntomas (enfermedad). Ahora bien, si se quitase la influencia de este agente hostil que no solo causa, sino que procura que siga este desorden, como sucede cuando el médico administra una potencia artificial, capaz de alterar el principio vital de la manera más semejante posible (un medicamento homeopático), que exceda en energía, aun dado en muy pequeñas dosis, a la enfermedad natural análoga, entonces la influencia del agente morboso original sobre el principio vital, se anula durante la acción de esta enfermedad artificial semejante y más fuerte. De allí en adelante lo dañoso no existe más para el principio vital, está destruido. Si, como se ha dicho, el remedio homeopático elegido es administrado con propiedad, entonces la enfermedad natural que se trata de dominar si es de desarrollo reciente, desaparecerá de una manera imperceptible en pocas horas.

      Una enfermedad más antigua, más crónica, cederá algo más tarde junto con todos los rastros de molestias, con la administración de varias dosis del mismo medicamento a una potencia más elevada, o con uno u otro medicamento homeopático más semejante administrado después de selección cuidadosa (*). A esto sigue la salud, el restablecimiento de un modo imperceptible, a menudo en transición rápida. El principio vital está libre otra vez y es capaz de reasumir la dirección de la vida del organismo en estado de salud como antes, volviendo el vigor.”

(*) “A pesar de las numerosas obras destinadas a disminuir las dificultades de esta investigación, a veces muy laborioso, del remedio bajo todos conceptos homeopáticamente más apropiado a cada caso especial de enfermedad, es menester que se estudie en los mismos manantiales, que se proceda con mucha circunspección, y que nada se resuelva sin haber pesado seriamente una multitud de circunstancias diversas. La tranquilidad de una conciencia segura de haber cumplido fielmente sus deberes, es seguramente la más hermosa recompensa del que se entrega a este estudio. ¿Como un trabajo tan minucioso, tan penoso y sin embargo el único capaz de poner en condiciones de curar seguramente las enfermedades podría agradar a los partidarios de la nueva secta mezcladora que tomen el noble título de homeópatas y parecen dar sus medicamentos bajo la forma y apariencia que prescribe la homeopatía, pero que en realidad prescriben los medicamentos de cualquier modo (quid-quid in buceam cenit), y que cuando el remedio escogido inadecuadamente no alivia en seguida, en lugar de culpar a su ignorancia imperdonable, a su negligencia en desempeñar los más importantes y serios de los deberes humanos, lo achacan a la homeopatía, que acusan de gran imperfección (si se dijese la verdad, la imperfección consiste en que el remedio homeopático más apropiado para cada caso morboso, no viene a ellos espontáneamente, sin algún trabajo de su parte).

     Estas hábiles gentes se consuelan bien pronto de los fracasos de los remedios semi-homeopáticos que emplean, recurriendo desde luego a los procedimientos de la alopatía que les son más familiares, a algunas docenas de sanguijuelas, a inocentes sangrías de ocho onzas, etc. Si el enfermo sobrevive se dan gran importancia alabando sus sanguijuelas, sus sangrías, etc.; exclaman que no se le hubiera podido salvar por ningún otro método, dando claramente a entender que estos recursos tomados, sin gran esfuerzo cerebral. a la rutina de la antigua escuela, en realidad han tenido la mejor parte en la curación. Si el paciente muere lo que no es raro que acontezca, tratan de consolar a sus amigos diciendo que «ellos fueron testigos que todo lo imaginable se había hecho por el llorado difunto». Quien haría a estas casta frívola y perniciosa el honor de llamarlos, según el nombre del arte muy penosos, pero saludable, médicos homeópatas?. ¡Tendrían la recompensa justa que fuesen tratados de la misma manera cuando se enfermasen!.”

     Con respecto al concepto de infección dinámica agrega en los añadidos al parágrafo 11:

     “¿Qué cosa es influencia dinámica, -poder dinámico?- Nuestro planeta, en virtud de una energía invisible y oculta, hace girar la luna a su alrededor en 28 días y algunas horas, y la luna a su vez, en horas fijas y determinadas (deduciendo ciertas diferencias que se presentan con la luna llena y con la luna nueva) produce en nuestros mares del norte las mareas, alta y baja. Aparentemente esto se verifica sin intervención de influencia material o utensilio mecánico, como es costumbre en las producciones humanas; del mismo modo vemos otros numerosos hechos como resultado de la acción de una sustancia sobre otra sin poderse reconocer una relación sensible entre la causa y el efecto. Solamente la gente culta, acostumbrada a comparar y deducir, puede formarse cierta idea supra-sensible capaz de distinguir todo lo que es material o mecánico de lo que no lo es. Llama a tales efectos, efectos dinámicos, virtuales, es decir, que resultan de una energía y acción absolutas, específicas y puras, de una sustancia sobre otra.
     Por ejemplo, el efecto dinámico de las influencias patológicas sobre el hombre sano, así como la energía dinámica de las medicinas sobre el principio vital para el restablecimiento de la salud, no es más que una infección, pero de ningún modo material o mecánica. Exactamente como no es material ni mecánica la energía atractiva de un imán sobre un pedazo de acero o de hierro. Se ve que la pieza de hierro es atraída por un polo del imán, pero cómo es atraída, eso nadie lo ve. Esta energía invisible del imán no necesita medio auxiliar mecánico (material), gancho o palanca para atraer el hierro. Esta energía la saca de si mismo y es lo que obra sobre la pieza de hierro o aguja de acero de un modo invisible, inmaterial y esencial, es decir, dinámicamente, y le comunica esta cualidad magnética que es invisible también (dinámica). La aguja de acero se imanta, aun a distancia del imán y por consiguiente, sin tocarlo, adquiriendo la propiedad de imantar otras agujas, con la cualidad magnética que le comunicó la barra imantada, del mismo modo que un niño con viruelas o sarampión, comunica, a otro sano que tenga cerca, sin que haya contacto, de un modo invisible (dinámicamente), las viruelas o el sarampión, es decir, lo infecta a distancia sin que nada material vaya o pueda ir del niño afectado al que debía infectarse. Una influencia puramente específica y esencial comunicó al niño que estaba cerca, las viruelas y el sarampión, del mismo modo que el imán comunicó a la aguja cercana su propiedad magnética.

     De manera semejante debe juzgarse el efecto de las medicinas sobre el organismo humano. Las sustancias que se usan como medicinas, solamente son tal cosa en tanto que cada una posea su energía específica para alterar dinámicamente y esencialmente el estado de salud, obrando por medio de las fibras sensitivas, sobre el principio esencial y director de la vida. Las propiedades medicinales de estas sustancias materiales que propiamente llamamos medicinales, se relacionan sólo con su poder de producir alteraciones en el estado de salud de la vida animal.
      Su influencia esencial (dinámica) y medicinal capaz de alterar la salud, depende de este principio esencial de la vida. Así como la proximidad de un polo magnético no puede comunicar más que energía magnética a la aguja (a saber, por una forma de contagio o infección) y no otras propiedades (por ejemplo, más dureza o ductilidad, etc), así también cada sustancia medicinal especial, altera como por infección, la salud del hombre de una manera peculiar, exclusiva a sí misma y no de la peculiar a otra, exactamente como la proximidad del niño varioloso no podrá comunicar al sano más que viruelas y no sarampión.

      Estas medicinas obran sobre todo nuestro organismo sano sin contacto de parte material de la sustancia medicinal, sino dinámicamente, como por infección o contagio.
 La energía curativa se manifiesta mucho más en un caso dado con la dosis más pequeña del mejor medicamento dinamizado, en el cual sólo puede haber, conforme los cálculos, tan poca sustancia material que su pequeñez impide imaginarla y concebirla por el mejor matemático, que con grandes dosis de la misma medicina en sustancia. Esa dosis muy pequeña, puede sin embargo, contener casi toda la energía medicinal pura y esencial, ampliamente desarrollada y producir tan grandes efectos dinámicos como nunca podrán alcanzarse con grandes dosis de la sustancia medicinal cruda.
     La energía o fuerza medicinal no se encuentra en los átomos de los medicamentos en alta dinamización, ni tampoco en sus superficies físicas y matemáticas (como vanamente se ha querido interpretar la gran energía de las medicinas dinamizadas, como si fueran materiales). Más verosímil es que resida, invisible, en el glóbulo impregnado o en la dilución, esa fuerza medicinal específica, liberada y patente que obra dinámicamente por contacto con las fibras del animal vivo, sobre todo el organismo (sin comunicarle nada material, aunque sea muy atenuado) con tanta mayor fuerza cuanto más liberada y más inmaterial está la energía medicinal, debida al proceso de la dinamización.
     ¿Será, entonces, imposible para nuestros hombres célebres por su riqueza en ideas luminosas, pensar en la energía dinámica como algo incorpóreo, después de ver diariamente fenómenos que no pueden explicarse de otra manera? Si uno mira alguna cosa nauseabunda, y le provoca el vómito ¿es acaso que penetró en su estómago algo material emético que se produjo este movimiento antiperistáltico? ¿No fue solamente el efecto dinámico sobre su imaginación del aspecto nauseabundo de dicha sustancia? Y si uno levanta su brazo se debe a algún instrumento material y visible? ¿A una palanca, p. ej.? ¿No sólo se debe este hecho a la energía dinámica de su voluntad?.”

     Es interesante comprender como el concepto que Hahnemann plantea de infección deja atrás el plano material con el cual estamos acostumbrados a asociar el término. Las bacterias o virus que habitualmente vinculamos con los procesos de infección pueden ser vistos de este modo como un eslabón o representante en un plano material de esta condición de contagio, pero no el mas sutil de ellos. Hahnemann nuevamente se adelanta y habla de la infección en el plano de la energía como la esencia de la enfermedad.