Parte 20 - La Supresión


La supresión

     La supresión es un concepto esencial de la doctrina homeopática. Hahnemann lo descubre en el transcurso de su obra  ligado a la teoría de los miasmas y lo incorpora como un pilar en la comprensión de las enfermedades crónicas.
Los siguientes parágrafos nos introducen en el tema:


Sobre las llamadas erróneamente enfermedades locales

     Parágrafo 185:
     “Entre las enfermedades parciales ocupan un lugar importante la llamadas enfermedades locales, con cuyo término se da a entender los cambios y dolencias que aparecen en la parte externa del cuerpo. Hasta ahora la idea dominante en las escuelas era que solo estas partes eran afectadas morbosamente y que el resto del cuerpo no participaba de la enfermedad, teoría doctrinada absurda que ha conducido al tratamiento médico más desastroso.”

     Parágrafo 186:
     “Las llamadas enfermedades locales que han sido producidas recientemente, solo por una lesión externa, aparenta, a primera vista, merecer el nombre de enfermedades locales. Pero entonces la lesión debe ser muy trivial y en ese caso no de gran importancia. Pues en caso de lesiones de causa externa si son graves, todo el organismo se resiente; se presenta fiebre, etc. El tratamiento de estas enfermedades son del resorte de la cirugía; pero esto está justificado solo en los caso en que las partes afectadas requieren ayuda mecánica por la cual los obstáculos externos que impiden la curación, que solo puede realizarse por la energía de la fuerza vital, pueden repararse por medios mecánicos, p. ej. con la reducción de las luxaciones, con la sutura de los labios de una herida, con la presión mecánica para detener una hemorragia de una arteria rota, con la extracción de cuerpos extraños que han penetrado en el organismo, abriendo las cavidades del cuerpo para extraer una sustancia irritante o procurar la evacuación de las extremidades de un hueso fracturado y retenerlas en contacto exacto con vendajes apropiados, etc. Pero cuando en estas lesiones todo el organismo viviente requiere, como siempre sucede,  ayuda dinámica activa que le ponga en condición de verificar el trabajo curativo, p. ej. cuando una fiebre violenta resulta de contusiones extensas, dislaceración de los músculos tendones o vasos sanguíneos, requieren para ser removidos la administración interna del medicamento, o cuando el dolor externo de partes escaldadas o quemadas, necesitan calmarse homeopáticamente, entonces los servicios del médico vitalista o dinámico y su saludable homeopatía, entran en juego.”

     Parágrafo 187:
     “Pero las afecciones, alteraciones y sufrimientos externos que no provienen de ninguna lesión externa o que solo tienen alguna ligera herida externa como causa excitante inmediata, son producidos absolutamente de otra manera; su origen está en alguna enfermedad interna. Considerarlas como una mera afección local, y al mismo tiempo tratarlas solamente, o casi solamente, como si fueran quirúrgicas, con tópicos u otros remedios semejantes, como lo ha hecho la escuela antigua desde las más remotas edades, es tan absurdo como perniciosa en sus resultados.”

     Parágrafo 188:
     “Estas enfermedades se consideraban como únicamente confinadas a una parte externa del cuerpo y las llamaban por lo tanto, enfermedades locales, como si estuvieran limitadas exclusivamente a estas partes en que el organismo tuviera poca o ninguna acción, o afecciones de estas partes visibles de las cuales el resto del organismo viviente, por decirlo así, no supiera nada”(*) (*) “Uno de los muchos y perniciosos dislates de la antigua escuela.”

     Parágrafo 189:
     “Sin embargo, basta la menor reflexión para concebir que un mal externo (no ocasionado por una gran violencia externa), no puede nacer, ni persistir, ni menos aún empeorar, sin una causa interna, sin la cooperación del organismo entero, sin que, por consiguiente, este último esté enfermo. No podría manifestarse si la salud general no estuviere desarmonizada, sin la participación del resto de todos los órganos vivientes (de la fuerza vital que compenetra todas las otras partes sensibles e irritables del organismo); su producción, en verdad, no podría concebirse si no fuese el resultado de una alteración de la vida entera; tan íntimamente enlazadas están las unas con las otras formando las partes del cuerpo un todo indivisibles en cuanto al modo de sentir y de obrar. No puede pues sobrevivir una erupción en los labios, un panadizo, sin que precedente y simultáneamente haya algún desarreglo en el interior del organismo.”

     Parágrafo 190:
     “Todo verdadero tratamiento médico de una enfermedad sobrevenida en las partes exteriores del cuerpo, con poca o ninguna violencia externa, debe pues tener por objeto la extinción y curación, a beneficio de remedios internos, de la enfermedad general que sufre el organismo entero, si se quiere que el tratamiento sea juicioso, seguro, eficaz y radical.”

     Parágrafo 191:
     “Esto está confirmado de la manera más clara por la experiencia que demuestra en todos los casos, que todo medicamento interno enérgico produce, inmediatamente después de su ingestión, cambios importantes en la salud general del paciente y especialmente en las partes externas afectadas (que la escuela médica vulgar mira como absolutamente localizadas) y aún en las llamadas enfermedades locales de las partes más externas del cuerpo. Los cambios que produce son de naturaleza muy saludable, consistiendo en el restablecimiento de la salud de todo el organismo, juntamente con la desaparición de la afección externa (sin la ayuda de ningún remedio externo), con tal que el remedio interno dirigido al conjunto de la enfermedad, se hubiese elegido convenientemente en sentido homeopático.”

     Parágrafo 192:
     “El mejor modo de alcanzar este objeto, consiste en considerar, cuando se examina el caso de enfermedad, no solamente el carácter exacto de la afección local, sino también todas las demás alteraciones, cambios y síntomas que se observen en el estado del enfermo sin que se les pueda atribuir a la acción de los medicamentos. Todos estos síntomas deben estar reunidos en una imagen completa, a fin de proceder a la investigación de un remedio homeopático conveniente entre los medicamentos cuyos síntomas morbosos sean todos bien conocidos.”

     Parágrafo 193:
     “Por medio de este medicamento, empleado solamente al interior, el estado morboso general del organismo es destruido, juntamente con la afección local; y el hecho de que la última se cura al mismo tiempo que la primera, prueba que la afección local depende únicamente de una enfermedad del resto del cuerpo y solo debe considerarse como una parte indispensable del todo, como uno de los síntomas más considerables y notables de toda la enfermedad.”

     Parágrafo 196:
     “Podría creerse, a la verdad, que la curación de estas enfermedades se efectuaría de una manera más pronta si el remedio que se ha reconocido homeopático, por la totalidad de los síntomas, se emplease no solamente al interior, sino también al exterior, y que un medicamento aplicado también al punto enfermo debería producir en él un cambio más rápido.”

     Parágrafo 197:
     “Este tratamiento, sin embargo es completamente inaceptable no solo en las afecciones locales que dependen de la psora, sino también y especialmente en los que se originan de la sífilis o la sicosis, porque la aplicación simultánea de un medicamento al interior y al exterior, en las enfermedades que tienen por síntoma principal una afección local constante,  tiene el grave inconveniente de que el síntoma principal (afección local) desaparece de ordinario más pronto que la enfermedad interna, lo que puede hacer creer equivocadamente que la curación es completa; o que a lo menos hace difícil y en algunos casos imposible, determinar, por desaparición prematura del síntoma local, si la enfermedad general ha sido destruida con el empleo simultáneo del medicamento interno.”

     Parágrafo 198:
     “Por igual motivo es completamente inadmisible la aplicación puramente local a los síntomas exteriores de la enfermedad miasmática, de los medicamentos que tienen el poder de curar esta última, cuando se administran al interior; pues si solamente suprimimos localmente y de manera parcial los síntomas locales de la enfermedad crónica, permanece en una oscuridad dudosa el tratamiento completo de la salud: desaparece el síntoma principal (la afección local) (*) y solo quedan los otros síntomas menos perceptibles, menos constantes y menos persistentes que la afección local, y con frecuencia poco peculiares y muy ligeramente característicos, para que por medio de ellos se pueda formar una imagen de la enfermedad de contornos claros e individuales.”

 (*) “Erupción sarnosa reciente, chancro, condilomas, como he indicado en mi libro sobre Enfermedades Crónicas.”

     Parágrafo 199:
     “Si el remedio perfectamente homeopático a la enfermedad no se hubiese todavía encontrado (*) cuando ha sido destruido el síntoma local por la cauterización, la escisión o las aplicaciones desecantes, entonces el caso se hace mucho más difícil por razón de que los síntomas que quedan son muy imprecisos (no característicos) e inconstantes; porque el síntoma externo principal que más hubiera contribuido para determinar la elección del remedio más apropiado y su empleo interno hasta que la enfermedad hubiese sido completamente extinguida, se halla sustraído a nuestra observación.”
(*) “Como sucedía antes de mi época con los remedios para la enfermedad condilomatosa (y los medicamentos antipsóricos).”

     Parágrafo 200:
     “Si todavía existiese el síntoma externo para guiar el tratamiento interno y se hubiese descubierto y encontrado el remedio homeopático para el conjunto de la enfermedad, la persistencias de la afección local durante su empleo interno demostraría que la curación aun no es completa; pero si es curada, esto sería una prueba convincente de que la enfermedad ha sido por completo desarraigada y el restablecimiento deseado de toda la enfermedad se ha realizado en absoluto, siendo esta una ventaja inestimable e indispensable para alcanzar una curación perfecta.”

     Parágrafo 201:
     “Es evidente que la fuerza vital abrumada por una enfermedad crónica de la que no puede triunfar por su propia energía instintivamente, adopta el plan de desarrollar una afección local en alguna parte externa con el objeto de que haciendo y manteniendo enferma esta parte que no es indispensable a la vida, pueda acallar de este modo la enfermedad interna, que por otra parte amenaza destruir los órganos vitales (y quitar la vida al paciente) y de esta manera, por decirlo así, transporta la enfermedad interna en la afección local sustituta, como si la sacara de allá. La existencia de la afección local acalla así, por algún tiempo, la enfermedad interna, aunque sin poderla curar o disminuir materialmente (*). La afección local, no obstante, no es nada más que una parte de la enfermedad general, pero una parte aumentada toda en un sentido por la fuerza vital orgánica y transportada a un lugar del cuerpo menos peligrosos (externo), a fin de aliviar el sufrimiento interior.
Pero (como se ha dicho) por medio de este síntoma local que acalla la enfermedad interna, la fuerza vital no puede hasta aquí, disminuir o curar toda la enfermedad; ésta, al contrario, continúa a despecho de ella, aumentando gradualmente y la Naturaleza se ve obligada a aumentar y a agravar, cada vez más el síntoma local, para que pueda bastar como sustituto de la enfermedad interna aumentada y la pueda mantener todavía bajo su dominio. Las úlceras antiguas de las piernas se empeoran tanto tiempo como la psora permanece incurada, las úlceras venéreas crecen durante el tiempo que no se cura la sífilis interna, las verrugas proliferan y crecen mientras no se cura la sicosis, que cada vez más se hace difícil de curar, del mismo modo que la enfermedad general interna continúa desarrollando con el tiempo.”

(*) “Los exutorios de los médicos de la antigua escuela hacen algo semejante; las úlceras artificiales externas, calman algunas enfermedades crónicas internas, pero solo por un tiempo muy corto, tanto como causen una irritación dolorosa a que el organismo enfermo no está acostumbrado, sin tener el poder de curarlas. Por otra parte, debilitan y destruyen la salud general mucho más de lo que hacen la mayor parte de las metástasis producidas instintivamente por la fuerza vital.”

     Parágrafo 202:
     “Si el médico de la antigua escuela destruye el síntoma local con la aplicación de un remedio externo, en la creencia que de esta manera cura la enfermedad toda, la Naturaleza se indemniza de su pérdida excitando la afección interna y los otros síntomas que previamente existían en estado latente junto con la afección local; es decir, aumenta la enfermedad interna. Cuando esto sucede es frecuente decir, aunque incorrectamente,  que la afección local ha sido rechazada al interior del organismo, o sobre los nervios por los remedios externos.”

     Parágrafo 203: 
     “Todo tratamiento externo de los síntomas locales cuyo objeto es quitarlos de la superficie del cuerpo, mientras que la enfermedad miasmática interna es abandonada sin curación, como, por ejemplo, suprimir de la piel las erupciones psóricas con toda clase de ungüentos; quemar los chancros con cáusticos, y destruir los condilomas con el bisturí, la ligadura o el cauterio; este tratamiento externo pernicioso, hasta hoy practicado universalmente ha sido la fuente más prolífica de todas las enfermedades crónicas nominadas o innominadas bajo los cuales gime la humanidad; este tratamiento es uno de los procedimientos más criminales de que es culpable el mundo médico y no obstante, ha sido hasta hoy, el único generalmente adoptado y enseñado en las cátedras profesionales (*”)

(*) “Cualquier medicamento que al mismo tiempo se administrase internamente no sirve sino para agravar la afección, pues estos remedios no poseen poder específico para curar la enfermedad en su conjunto, sino que atacan el organismo, lo debilitan y le infligen, además, otra enfermedad crónica medicinal.”

     Parágrafo 204:
     “Si se exceptúan los males crónicos, sufrimientos y enfermedades que dependen de la insalubridad del género de vida habitual (parágr. 77), y también la innumerables enfermedades medicamentosas (véase parágr. 74) producidas por el irracional, persistente, fatigante y pernicioso tratamiento de los médicos de la antigua escuela en enfermedades a menudo de carácter trivial, la mayor parte de las enfermedades que queda, resulta del desarrollo de estos tres miasmas crónicos, sífilis interna, sicosis interna, pero principalmente y en una proporción infinitamente mayor, la psora interna. Cada una de estas tres infecciones estaba ya en posesión de todo el organismo y le ha invadido en todas direcciones antes de que apareciera el síntoma local primario y sustituto de cada una de ellas (de la psora la erupción sarnosa, de la sífilis el chancro o el bubón y de la sicosis los condilomas) que impiden su explosión. Estas enfermedades crónicas miasmáticas si se las priva de su síntoma local, están destinadas inevitablemente por la Naturaleza poderosa, tarde o temprano a desarrollarse y a estallar, propagando de esta manera, todas las miserias innominadas, el número increíble de enfermedades crónicas que han infestado la humanidad por ciento y millares de años, ninguna de las cuales hubiesen existido si los médicos hubiesen procurado de una manera racional curar radicalmente estos tres miasmas sin emplear remedios locales para sus síntomas externos correspondientes, confiando solamente en los remedios homeopáticos internos apropiados para cada uno de ellos (véase la nota al parágr. 282).”

     Parágrafo 205:
     “El médico homeópata jamás trata los síntomas primitivos de los miasmas crónicos, ni los males secundarios que resultan de su desarrollo con remedios locales (ni con agentes externos que obren dinámicamente (*) ni tampoco con los que obren mecánicamente). Cuando los unos o los otros aparecen, el homeópata se limita únicamente a curar el miasma que constituye su base, y de este modo los síntomas primitivos y los secundarios desaparecen espontáneamente; pero como no fue éste el método seguido por el médico de la antigua escuela que le precedió en el tratamiento del caso, el médico homeópata encuentra, desgraciadamente, que los síntomas (**) primarios ya han sido destruidos con remedios externos y que ahora tiene frente a sí los síntomas secundarios, es decir, las afecciones que resultan de la eclosión y desarrollo de los miasmas inherentes, pero especialmente las enfermedades crónicas producidas por la psora interna. En este punto remito al lector a mi tratado de las Enfermedades Crónicas, donde ya he indicado la marcha que debe seguirse para el tratamiento interno de estas afecciones de un modo tan riguroso como podría hacerlo un hombre sólo después de largos años de experiencia, de observación y de meditación.”

(*) “En consecuencia, yo no puedo aconsejar, por ejemplo, la destrucción local del cáncer de los labios o de la cara (fruto de una psora muy desarrollada y con frecuencia unida a la sífilis) con la pomada arsenical de Fray Cosme, no sólo porque este método es muy doloroso, y falla muchas veces, sino también y sobre todo porque semejante medio dinámico, aunque libre localmente al cuerpo de la úlcera cancerosa, no disminuye en nada la enfermedad fundamental, de modo que la fuerza vital conservadora de la vida se ve obligada a trasladar el foco del gran mal que existe en el interior, a una parte más esencial (como sucede en todas las metástasis) y a producir de este modo la ceguera, sordera, la demencia, el asma sofocante, la hidropesía, la apoplejía, etc. Pero la pomada mercurial tampoco llega a destruir la úlcera local, sino cuando ésta no es muy extensa y la fuerza vital conserva grande energía; y en tales casos todavía es posible curar enteramente el mal primitivo. La extirpación del cáncer ya en la cara, ya en el pecho, y la de los tumores enquistados, dan absolutamente igual resultado. La operación produce un estado más peligroso aún, o al menos anticipa la época de la muerte. Estos efectos han tenido lugar en un sinnúmero de casos; ¡pero a pesar de ésto la antigua escuela persiste en su ceguedad!.”

(**) “Erupción psórica, chancros (bubonea), condilomas o vegetaciones.”

     Del Tratado de las Enfermedades Crónicas:

     “Hemos de elucidar este proceso con mayor claridad y veremos, en consecuencia, que todas las enfermedades miasmáticas que exhiben afecciones locales cutáneas actúan en todo el sistema como enfermedades internas antes de exhibir externamente sus síntomas locales sobre la piel; que únicamente cuando la enfermedad es aguda y ha recorrido su curso de varios días, el síntoma local generalmente se desvanece conjuntamente con la enfermedad interna, quedando el cuerpo libre de ambas; pero que en las enfermedades crónicas los síntomas exteriores, locales, pueden ser eliminados de la piel y hasta pueden espontáneamente retirarse de ella, pero la enfermedad interna -si no ha sido curada- jamás abandona al organismo, ni total ni parcialmente. Por lo contrario, continuamente se incrementa con el transcurso de los años, a menos que sea curada homeopáticamente.

     Debo en este punto hacer un alto para ocuparme de este proceso de la naturaleza, porque los médicos corrientes y especialmente los contemporáneos tienen visión tan deficiente o, más correctamente, están tan ciegos a este respecto que aun cuando pudieran, por así decirlo, tener en sus manos y sentir este proceso del origen y desarrollo de las enfermedades agudas eruptivas de índole miasmática, no supondrían que existe, ni observarían en consecuencia, el proceso similar de las enfermedades crónicas; por ello pontifican que los síntomas locales de éstas son crecimientos e impurezas que meramente existen sobre la superficie externa de la piel, sin que interiormente haya enfermedad fundamental alguna; y así afirman con respecto al chancro y a la verruga ficoidea lo mismo que afirmaron respecto de la erupción de sarna y -por descartar a la enfermedad principal y hasta obtusamente negar su existencia- tratan y destruyen tópicamente tales afecciones locales y continúan ocasionando inenarrables desdichas a la humanidad sufriente.”


     Vayamos ahora a la primer referencia a la supresión que Hahnemann realiza en el prólogo del Organon, en relación a los medios alopáticos utilizados por los médicos de su época, lo cual no deja de tener lamentablemente, absoluta vigencia.

     “...Ataca al organismo con dosis considerables de medicamentos heroicos, continuadas por mucho tiempo y frecuentemente renovadas, cuyos efectos duraderos y comúnmente muy temibles le son desconocidos. Parece además empeñarse en desfigurar su efecto acumulando muchas sustancias desconocidas en una sola fórmula. Y por último, después de un uso continuado de estos medicamentos, añade a la enfermedad ya existente, nuevas enfermedades medicinales, las más veces imposibles de curar. Para que no caiga en descrédito, nunca deja de emplear cuando está a su alcance, diferentes medios que por su oposición contraria contrariis curantur, suprimen y palían por algún tiempo los síntomas, pero dejando tras sí una disposición mayor a que se produzcan exasperando así la enfermedad.
     Considera infundadamente todas las afecciones que ocupan las partes exteriores del cuerpo como puramente locales, aisladas e independientes, y cree haberlas curado cuando las ha hecho desaparecer por medio de tópicos, que obligan a la afección interna a trasladarse a otra parte más noble y más importante.”

     Los siguientes parágrafos agregan otra faceta y modo de entender el concepto de supresión.
Sirva el parágrafo 34 como introducción:

     “La intensidad mayor de las enfermedades artificiales producidas por medicamentos no es, sin embargo, la única causa del poder que tienen para curar las enfermedades naturales. Para que puedan efectuar una curación, es ante todo necesario que sean capaces de producir en el cuerpo humano una enfermedad artificial tan semejante como sea posible a la que se trate de curar, y que, con un poder superior, transforma en un estado morboso muy semejante el principio vital instintivo que por sí mismo es incapaz de reflexionar o de recordar. No solamente oculta el trastorno causado por la enfermedad natural, sino de este modo le extingue y aniquila. Esto es tan cierto que ninguna enfermedad existe con anterioridad, puede curarse, ni aún por la misma Naturaleza, con la aparición de una nueva enfermedad desemejante, por fuerte que sea, e igualmente no puede curarse por un tratamiento médico con drogas que sean incapaces de producir una condición morbosa semejante en el cuerpo sano.”

     Parágrafo 35:
     “Para ilustrar esto, consideraremos en tres diferentes casos, tanto lo que acontece en la naturaleza cuando dos enfermedades desemejantes coexisten en una persona, como también el resultado del tratamiento médico ordinario de las enfermedades con las inconvenientes drogas alopáticas, que son incapaces de producir una condición morbosa artificial semejante a la enfermedad que se trata de curar, con lo cual se demuestra que aún la Naturaleza misma es incapaz de remover una enfermedad ya existente por otra que no sea homeopática, por fuerte que sea, e igualmente pasa con el empleo no homeopático, aún de los medicamentos más enérgicos, que nunca podrán curar una enfermedad, sea la que fuere.”

     Parágrafo 36:
     “ Si dos enfermedades desemejantes que coexisten en el ser humano son de igual intensidad, o todavía más, si la más antigua es la más fuerte, la nueva será rechazada por la antigua y no permitirá que afecte el organismo. Un paciente que sufre de una enfermedad crónica grave no se infectará de una disentería benigna del otoño o de otra enfermedad epidémica. La peste de Levante, según Larry, no se presenta donde el escorbuto es endémico, y los que sufren de eczema tampoco se infectan de ella. Jenner alega que el raquitismo impide la evolución de la vacuna. Los que sufren de consunción pulmonar no están predispuestos a los ataques de fiebres epidémicas de carácter no muy violento, según Von Hildenbrand.”

     Parágrafo 37:
     “ Del mismo modo, también con el tratamiento médico ordinario, una enfermedad crónica antigua permanece incurada e inalterable si es tratada conforme al método común alopático, es decir, con medicamentos incapaces de producir en individuos sanos una condición de la salud semejante a la enfermedad, aunque el tratamiento dure años y no sea de carácter demasiado violento *(Peor si es tratada con remedios alopáticos violentos, se crearán otras enfermedades más difíciles de curar y peligrosas para la vida.). Esto se observa diariamente en la práctica, por lo tanto, no es necesario dar ningún ejemplo que lo ilustre.”

     Parágrafo 38:
     “La enfermedad nueva desemejante es la más fuerte.- En este caso la enfermedad bajo la cual el paciente vivía primitivamente, siendo la más débil, será detenida y suspendida por la aparición de la más fuerte, hasta que ésta recorra su curso o sea curada; entonces la antigua reaparece incurada.
 Según observó Tulpius(*) dos niños enfermos de cierta forma de epilepsia, se vieron libres de los ataques después de haberse infestado de tiña (empeine); pero tan pronto como la erupción de la cabeza desapareció la epilepsia volvió lo mismo que antes. La sarna, según observó Schopf (*) desapareció al presentarse el escorbuto, pero después de curado éste, aquella reapareció. Así también la tuberculosis pulmonar permaneció estacionaria al ser atacado el paciente por un tifus violento, pero siguió su marcha después que el tifo recorrió su curso. (*) Si se presenta la manía en un tísico, la tisis con todos sus síntomas desaparece, pero si cesa la manía, la tisis vuelve inmediatamente y resulta fatal. (*) Cuando el sarampión y la viruela dominan juntos, y ambos atacan al mismo niño, el sarampión que ya existía, generalmente es contenido por la viruela que se presentó más tarde; el sarampión no termina su curso hasta que termina la viruela; pero no es raro que acontezca que la infección variólica se suspenda por cuatro días por la sobrevenida de sarampión, después de cuya descamación la viruela complete su curso, como fue observado por Manget. (*)...”.  Continua una extensa lista de referencias a casos de esta naturaleza.

     Parágrafo 39:
     “Ahora bien; los partidarios de la escuela médica vulgar han visto todo esto por muchas centurias; han visto que la misma Naturaleza no puede curar ninguna enfermedad por medio de otra, por fuerte que sea, si la enfermedad nueva es desemejante a la ya existente en el cuerpo: ¿Qué pensaremos de ellos, que a pesar de esto, continúan tratando las enfermedades crónicas con remedios alopáticos, es decir, con medicamentos y prescripciones capaces de producir sabe Dios qué estado morboso, casi invariable, no obstante desemejante a la enfermedad que se trata de curar? Aun cuando no hubiesen, hasta entonces, observado atentamente la naturaleza, los resultados miserables de su tratamiento deberían haberles enseñado que estaban siguiendo un camino impropio y falso.
     ¿No percibían al emplear como era su costumbre, un tratamiento alopático agresivo en una enfermedad crónica, que por este medio solamente creaban una enfermedad artificial desemejante a la original y que mientras duraba su acción mantenía en suspenso, suprimía y detenía únicamente a ésta, que más tarde, sin embargo, volvía siempre y debía volver tan pronto como la fortaleza del paciente no admitiese por más tiempo la continuación de los ataques alopáticos, a la vida?
     Así el exantema psórico desaparece, en verdad, muy pronto de la piel con el empleo de purgantes violentos, frecuentemente repetidos; pero cuando el paciente no puede soportar por más tiempo la enfermedad artificial (desemejante) de los intestinos y no puede tomar más purgantes, entonces o aparece de nuevo la erupción cutánea como antes, o la psora interna se manifiesta por algún síntoma dañoso, y el paciente tendrá que soportar, además de su enfermedad original no modificada, la calamidad de una digestión dolorosa y arruinada y la energía menoscabada.

      Así, también cuando los médicos vulgares mantienen ulceraciones artificiales de la piel y exutorios en el exterior del cuerpo, con el fin de desarraigar una enfermedad crónica, NUNCA alcanzan su objeto con este proceder, NUNCA los curan con este medio, pues las ulceraciones cutáneas artificiales, son completamente extrañas y alopáticas a la afección interna; pero, puesto que la irritación producida por varios exutorios es, algunas veces, una enfermedad (desemejante) más fuerte que la ya existente; ésta es, de este modo, acallada y suspendida por una o dos semanas. Pero solamente es suspendida, y eso por muy corto tiempo, mientras tanto se va agotando la energía del paciente. La epilepsia invariablemente vuelve y en forma agravada, cuando es suprimida por medio de exutorios, los cuales pretenden la curación, como testifican Pechlin y otros (*). Pero los purgantes para la psora y los exutorios para la epilepsia, no pueden ser agentes más heterogéneos, más desemejantes y perturbadores; no pueden ser procedimientos terapéuticos más alopáticos, más agotantes; que las habituales prescripciones compuestas de ingredientes desconocidos, usados en la práctica vulgar para innumerables formas de enfermedades también desconocidas. Esto igualmente, no hace sino debilitar, y suprimir o suspender la enfermedad por corto tiempo sin poderla curar; y cuando son empleadas por mucho tiempo, siempre añaden un nuevo estado morboso a la enfermedad antigua.”

     El concepto de supresión fue elocuentemente expuesto.
 Solo brevemente reseñar:
 La noción de totalidad frente a la errónea visión de que la enfermedad es el síntoma local aislado.
Los perjuicios de suprimir los síntomas miasmáticos primarios como son:
. La aparición de los síntomas secundarios, producto del desarrollo de los distintos miasmas crónicos que profundizan el desequilibrio de la energía vital y dificultan la terapéutica.
. La imposibilidad de valorar si la enfermedad fue erradicada o sólo transitoriamente suprimida.

     El concepto de supresión ayuda a comprender la naturaleza dinámica de la energía vital y cómo la  enfermedad que la afecta solo cambia su expresión sintomática si se la trata inadecuadamente. Para curar es necesario abordar la totalidad.

     Rescatar la noción de intensidad dinámica de las enfermedades. Una enfermedad desemejante de mayor intensidad dinámica que una manifestación previa del paciente solo suspenderá por el tiempo que ésta persista, reapareciendo posteriormente la anterior.
Con esto Hahnemann  también explica el método alopático, al provocar enfermedades artificiales desemejantes  mas fuertes que el mal primitivo, ocultándolo solo transitoriamente y profundizando el desequilibrio vital del paciente.


Un comentario mas sobre supresión

     Hemos descripto el fenómeno de la supresión y el riesgo de su eventualidad en diversas situaciones.
No obstante, la realidad clínica evidencia que no todos los sujetos expuestos a terapéuticas de mayor riesgo supresivo padecen supresiones.
Volvemos a un concepto base: la constitución individual. Existen sujetos con mayor o menor fragilidad constitucional y así también predisposición a sufrir supresiones.

     Pensemos por otro lado, dos situaciones: un cuadro crónico y uno agudo ocasional y pasajero.
Entiendo que actuar alopáticamente en forma habitual y reiterada sobre un cuadro crónico entraña mayor riesgo de supresión que la intervención puntual en una condición aguda ocasional.
La toma habitual de antialérgicos tiene mayor probabilidad de riesgo supresivo que la indicación de un analgésico en una ocasión aislada.

     Alguien puede preguntar por ejemplo ¿dar árnica para un  traumatismo agudo es eventualmente supresivo?
Considero que no. El síntoma en este caso no es la expresión de un desequilibrio interno que se expresa localmente, sino consecuencia de una agresión externa contundente. Arnica no obstante actúa en forma homeopática. Hahneman habló de estos casos en los cuadros agudos intercurrentes y dio entre los ejemplos precisamente el de los golpes o contusiones y la prescripción de árnica.
     Leamos a Hahnemann al respecto de árnica :
     “... La medicina ordinaria jamás ha llegado a descubrir la virtud específica de esta planta, o a encontrar un remedio seguro contra la afección universal, frecuentemente tan peligrosa, que resulta de una caída grave, de golpes, de una contusión, de una torcedura o de una desgarradura de las partes sólidas de nuestro cuerpo.
El pueblo se tomó este cuidado, y después de numerosos e inútiles ensayos, encontró al fin lo que buscaba en el árnica ...
Las afecciones que dependen de fuertes contusiones y de desgarraduras de fibras se presentan casi todas con los mismos síntomas. Ahora bien, los fenómenos que ordinariamente se observan con el árnica, cuando se experimenta en el hombre sano, tienen una semejanza sorprendente con los síntomas que aquéllas presentan.
     También este mismo cuadro de los efectos puros del árnica descubre varios estados morbosos del hombre, en los cuales la planta ofrece un remedio homeopático cierto. Es un medicamento aplicable a una multitud de casos, y aún cuando su acción, si se da a altas dosis, no pasa de seis días, sin embargo he conocido que se le debía considerar como un remedio subsidiario e intercurrente, hasta en las enfermedades más crónicas.