Parte 2 - Ensayo sobre un nuevo principio


Ensayo sobre un nuevo Principio

     Así se titula el artículo donde Hahnemann da a conocer por primera vez sus ideas sobre la Homeopatía, publicado en el periódico de Hufeland en 1797. Contaba en ese momento 42 años.
Mas allá de las incorporaciones que hizo a la doctrina hasta sus últimos años, el pilar sobre el que se apoya la homeopatía fue un hallazgo inmutable. El redescubrimiento e instrumentación de un principio de la naturaleza. La ley de la cura por lo semejante.
Sobre él se sostiene todo el sistema terapéutico de la Homeopatía.
Extractaré algunos párrafos esenciales de este primer artículo :

     “Si estoy en lo cierto, la medicina práctica ha procedido habitualmente de tres formas diferentes para adaptar medios curativos a los padecimientos del cuerpo humano.
La primera vía, y también la más elevada, consiste en destruir o eliminar las causas fundamentales de las enfermedades. Las elucubraciones y los esfuerzos de los mejores prácticos se encaminarán siempre hacia esta meta que es la que está más en conformidad con la dignidad del arte: pero no han llegado a descubrir jamás las causas fundamentales de todas las enfermedades que en la mayoría de los casos quedarán eternamente ocultas al entendimiento humano.”

     “Mediante el segundo método los médicos intentan suprimir los síntomas existentes utilizando medicamentos que produzcan un efecto contrario; por ejemplo, purgantes para el estreñimiento, sangrías, hielo y nitro contra

* (La letra resaltada en negrita es un agregado mío en todo el trabajo.)
 la inflamación sanguínea, alcalinos para la acidez de estómago; opio para los dolores.
En las enfermedades agudas a menudo triunfa la naturaleza por sí sola,
simplemente con alejar durante algunos días los obstáculos a la curación; en aquellas que termina fatalmente, al no bastar con esto, es justo, conveniente y suficiente recurrir a una medicación semejante mientras no poseamos la piedra filosofal de la que hemos hablado antes, es decir, el conocimiento de la causa fundamental de toda enfermedad y los
medios para remediarla, o mientras no dispongamos de un específico de acción rápida para aniquilar, desde su inicio, la infección variólica, por poner un ejemplo. En este caso llamaría a esto medios temporales.
     Pero si la causa fundamental de la afección y los medios propios para combatirla resultan evidentes y pese a esto oponemos a estos síntomas únicamente remedios del segundo tipo o combatimos con ellos enfermedades crónicas, entonces este método curativo (el que consiste en curar síntomas con medios que producen un efecto contrario) se denomina paliativo y debe ser desechado. En las afecciones crónicas, sólo se produce mejoría al principio: más adelante deben aumentarse las dosis de los remedios que no son capaces de acabar con la enfermedad principal y entonces resultan tanto más dañinos cuanto más tiempo han sido empleados.     
      Animo a mis colegas a abandonar esta vía (contraria contrariis) en el tratamiento de las enfermedades crónicas y de aquellas en que se aprecia que se están cronificando; es un camino falso en el que uno se pierde. El orgulloso empírico la considera excelente y presume del triste privilegio que tiene de poder aliviar las enfermedades durante algunas horas sin preocuparle que bajo esta apariencia engañosa el mal se esté enraizando más profundamente.”

    “ No soy el único en expresar tales advertencias. Médicos preclaros, inteligentes, conscientes, han seguido un  tercer método contra las enfermedades crónicas y las que toman este aspecto utilizando medios que en absoluto están destinados a ocultar los síntomas, sino al contrario a curar radicalmente; en una palabra, han recurrido a específicos. Estos esfuerzos son dignos de encomio. Así por ejemplo han ensayado el árnica en la disentería, reconociendo su utilidad específica en determinados casos.
¿Pero en qué se han basado? ¿Qué razones les llevaron a ensayar estos métodos? Desgraciadamente tan sólo el empirismo, la práctica doméstica, algunos casos de curaciones fortuitas debidas a estas sustancias a menudo a nivel de complicaciones aisladas que muy probablemente no volverán a presentarse jamás; a veces también en enfermedades francas, simples. ¡Sería terrible si tan sólo el azar y la rutina nos guiasen a la hora de buscar y utilizar los verdaderos remedios de las afecciones crónicas que ciertamente constituyen la mayor parte de las enfermedades que afligen al género humano!

     Para profundizar en los efectos de los medicamentos, para adaptarlos a los males, deberíamos recurrir en la menor medida posible al azar, antes bien, deberíamos proceder siempre de manera racional.”
“...Sólo nos queda por tanto experimentar en el ser humano aquellos medicamentos cuya potencia medicamentosa deseemos conocer. Siempre ha resultado evidente esta necesidad; pero también es cierto que nos hemos movido por un camino erróneo al no emplearlos, tal y como ya hemos expresado más arriba, más que de una manera empírica y al azar. La reacción que produce en un enfermo un medicamento cuyos efectos no se conocen aún a fondo da lugar a fenómenos tan complicados que el médico más perspicaz raramente consigue apreciarlos. O bien el remedio no produce ningún efecto o bien da lugar a agravaciones, a cambios tras los cuales se produce una disminución de la enfermedad o bien lleva a la muerte sin que nadie sea capaz de adivinar el papel que han jugado en estos efectos el cuerpo del enfermo y el agente terapéutico (empleado tal vez en dosis demasiado fuertes o demasiado débiles). Esta forma de proceder no nos aporta nada y lleva a falsas conjeturas.”

      “... El verdadero médico que quiere perfeccionar su arte debe fijar toda su atención en los dos puntos siguientes que son los únicos importantes:
 1º. ¿Cuáles son los efectos simples que produce cada sustancia tomada independientemente de otras, sobre el organismo humano?
2º. ¿Qué resultados obtenemos al observar sus efectos sobre tal o cuál enfermedad, sencilla o complicada?.

     Según mi criterio esta norma o regla puede basarse única y exclusivamente en los efectos que una sustancia medicamentosa administrada en tal o cuál dosis determina en el sujeto sano.
Debemos situar aquí los relatos de ingestiones imprudentes e involuntarias de medicamentos y venenos, así como los de los que uno se haya administrado a sí mismo para experimentar determinadas sustancias o los que se hayan hecho tomar a individuos por otra parte perfectamente sanos, tales como criminales condenados a muerte, etc. Debemos añadir también parte de los relatos que conciernen a sustancias de acción violenta o administradas a dosis demasiado elevadas, como remedios caseros o como medicamentos en padecimientos poco importantes o fáciles de diagnosticar.
     Un compendio de estas observaciones que podríamos completar añadiendo una nota sobre la confianza que nos merezcan, será, si no me equivoco, el código fundamental de la materia médica, el sagrado libro de su revelación.
Recorriendo este compendio podríamos descubrir de forma racional la verdadera naturaleza y los verdaderos efectos de las sustancias farmacológicas; sólo así podríamos conocer ante qué enfermedades pueden ser utilizadas con éxito.
Dando por supuesto que carecemos de una clave, me esforzaré en este trabajo en exponer el principio según el cual podría procederse para llegar insensiblemente a reconocer y a emplear de forma racional, de entre los medicamentos conocidos y desconocidos, un medio curativo específico apropiado para cada enfermedad y sobre todo para las crónicas. Este principio descansa en las siguientes premisas:
Cualquier medicamento eficaz produce en el hombre una especie de enfermedad tanto más específica, caracterizada e intensa, cuando más eficaz es el medicamento. *(Las personas ajenas al arte de curar llaman venenos a los medicamentos más enérgicos, causantes de afecciones especiales y que son, por consiguiente, los más saludables.)

     Por ello hay que imitar a la naturaleza que en ocasiones cura una enfermedad crónica al aparecer un nuevo procedimiento que sobreviene al emplear contra el estado sobre todo crónico que queremos hacer desaparecer, el remedio que es capaz de provocar una enfermedad artificial tan semejante como sea posible al padecimiento natural. En este caso se curará esta última.
     Para ello basta con conocer perfectamente por una parte las enfermedades del cuerpo humano según sus características patognomónicas y los accidentes que pueden acaecer, y por otra parte los efectos puros de los medicamentos, es decir el carácter distintivo de la enfermedad artificial particular que suelen provocar así como los síntomas que son una consecuencia de la variación de las dosis, de la forma, etc.; entonces, al escoger contra un caso patológico dado, un medio que provoca una enfermedad artificial tan idéntica como sea posible, podrán curarse los padecimientos más graves.
*(Si, tal y como conviene a un médico prudente, queremos proceder de forma gradual, administraremos este remedio a una dosis tal que dé lugar de forma casi imperceptible a la enfermedad artificial que provoca (puesto que actúa en este caso a causa de la tendencia que tiene de evocar un padecimiento artificial semejante).
 Aumentaremos la dosis imperceptiblemente de forma que estemos seguros de que el cambio interno que nos proponemos conseguir en la economía se realice con un grado suficiente de energía aunque con manifestaciones mucho menos intensas que los
síntomas de la enfermedad natural. De esta forma obtenemos una curación suave y segura...”


     De este trascendente primer texto de Hahnemann sobre el principio homeopático, resulta interesante destacar:
- La importancia y necesidad de la experimentación en sujetos vivos y sanos como medio para conocer verdaderamente las propiedades curativas de una substancia, siendo Hahnemann pionero en este terreno.
- La observación de este principio en la naturaleza.
- La aplicación terapéutica de este principio especialmente en las enfermedades crónicas, si bien también en las agudas, señalándolo así porque éstas últimas muchas veces se resuelven espontáneamente.

     La famosa frase latina que enuncia la Ley de curación por lo similar “similia similibus curantur”, lo similar cura por lo similar, se encuentra en dos sitios en el Organon.
     Del Prólogo :
“...Todo lo contrario sucede con la homeopatía. Ella demuestra a todos los que razonan, que las enfermedades no dependen de ninguna acrimonia, de ningún principio material sino de la alteración dinámica de la fuerza que virtualmente anima el cuerpo del hombre. Ella enseña además que sólo puede efectuarse la curación por medio de la reacción de la fuerza vital contra un medicamento apropiado, y que se opera con tanta más seguridad y prontitud, cuanta mayor energía conserva aquella fuerza. Por lo mismo evita todo lo que pudiera debilitar en lo más mínimo, se guarda todo lo posible de excitar el menor dolor, porque el dolor agota las fuerzas; no emplea más que aquellos medicamentos cuyos efectos conoce con exactitud, es decir, la manera de modificar dinámicamente el estado del hombre; busca entre ellos aquel cuya facultad modificadora (la enfermedad medicinal) sea capaz de hacer cesar la enfermedad por su analogía con ella (similia similibus) y da tan sólo, a dosis raras y débiles, aquel que sin causar dolor ni debilitar, excite sin embargo una reacción suficiente. Resulta de esto, que extingue la enfermedad natural sin debilitar, atormentar ni inquietar al enfermo, el que recobra las fuerzas a medida que aparece la mejoría. Este trabajo cuyo objeto final es restablecer la salud de los enfermos en poco tiempo, sin inconvenientes y de una manera completa, parece fácil, pero es penoso y exige muchas meditaciones.”

     Vale remarcar el papel jerárquico que Hahnemann otorga a la energía vital en su acción reactiva como aspecto central del proceso de curación, es decir del Principio natural de la cura por lo semejante.

     Vayamos ahora a la introducción del Organon:

     “...Tiempo era ya de que la sabiduría del Divino creador y conservador de los hombres pusiese fin a estas abominaciones, y que hiciera aparecer una medicina inversa, que, en lugar de agotar los humores y las fuerzas por medio de vomitivos, purgas, baños calientes sudoríficos o sialagogos, de derramar a torrentes la sangre indispensable a la vida, de atormentar con medios dolorosos, de añadir sin cesar nuevas enfermedades a las antiguas, y de hacer estas últimas incurables por el uso prolongado de medicamentos heroicos desconocidos en su acción, en una palabra, de poner el tiro de bueyes detrás del arado y de facilitar sin piedad ancho campo a la muerte, economice todo lo posible las fuerzas de los enfermos, y les conduzca con tanta suavidad como prontitud a una curación duradera, con el socorro de un corto número de agentes simples, perfectamente conocidos, bien elegidos, administrados a dosis fraccionadas, conforme a la única ley terapéutica de la naturaleza: similia similibus curantur. Era ya tiempo de que se descubriese la homeopatía.
      La observación, la meditación y la experiencia me han enseñado que la marcha, del todo contraria a los preceptos trazados por la alopatía que debe seguirse para obtener curaciones suaves, prontas, ciertas y duraderas,  consiste en elegir, en cada caso individual de enfermedad, un medicamento capaz de producir por sí mismo una afección semejante a la que se pretende curar

      “Este método homeopático nadie lo había enseñado antes que yo, nadie lo había puesto en práctica. Pero siendo él solo conforme a la verdad, como cualquiera podrá convencerse de ello, debemos esperar, aún cuando haya sido por tanto tiempo desconocido, que cada siglo nos ofrezca, sin embargo, señales palpables de su existencia): y en efecto, esto es lo que sucede.
 En todos los tiempos, los enfermos que han sido curados de una manera real, pronta, duradera y manifiesta por medio de medicamentos, y que no han debido su curación a alguna otra circunstancia favorable, o a que la enfermedad aguda haya terminado su resolución natural, o en fin, a que las fuerzas del cuerpo hayan recobrado poco a poco la preponderancia durante un tratamiento alopático o antipático (porque ser curado directamente difiere mucho de serlo por una vía indirecta), estas enfermedades, han cedido, aunque ignorándolo el médico a un remedio homeopático, es decir, a un remedio que tenía la facultad de suscitar por sí mismo un estado morboso semejante a aquel que se quería hacer desaparecer.
 Hasta en las curaciones reales obtenidas con la ayuda de medicamentos compuestos, cuyos ejemplos son por otra parte muy raros, se ve que la acción del remedio que dominaba a la de los demás, era siempre de naturaleza homeopática.

      Esta verdad se nos ofrece más evidente aún, en ciertos casos en que los médicos, violando el uso que sólo admite mezclas de medicamentos formulados bajo el nombre de recetas, han obtenido curaciones rápidas con la ayuda de un medicamento simple. Véase entonces con sorpresa que la curación se debió siempre a una sustancia medicinal capaz de producir ella misma una afección semejante a la que padecía el enfermo, aun cuando el médico no supiese lo que hacía y no obrase así sino en un momento en que olvidaba los preceptos de su escuela.                
     Administraba un medicamento contrario al que le señalaba la terapéutica, por cuya sola razón sus enfermos curaban con prontitud.
      Si se exceptúan los casos en que los médicos ordinarios han llegado a conocer, no por sus propias indagaciones, sino por el empirismo del vulgo, el remedio específico de una enfermedad que siempre se presenta con los mismos caracteres, y por consiguiente aquel con cuyo auxilio podían curarla de una manera directa, como el mercurio en las enfermedades venéreas, el árnica en la enfermedad producida por las contusiones, la quina en la fiebre intermitente, los polvos de azufre en la sarna recién desarrollada, etc.; como digo, si se exceptúan estos casos, veremos casi sin excepción, que los tratamientos de las enfermedades crónicas emprendidos con tan grandes apariencias de capacidad por los partidarios de la escuela antigua, no han tenido otro resultado que atormentar a los enfermos, agravar su situación, conducirlos muchas veces al sepulcro, e imponer gastos ruinosos a sus familias.

      Algunas veces una pura casualidad les conducía al tratamiento homeopático , pero sin conocer la ley en virtud de la cual se verifican y deben verificarse estas curaciones.
 Es, pues, de la mayor importancia para el bien del género humano indagar cómo han obrado, propiamente hablando, estas curaciones tan notables por su rareza como por sus efectos tan sorprendentes. El problema es de gran interés. Efectivamente, encontramos, y los ejemplos que acaban de citarse lo demuestran suficientemente, que estas curaciones sólo se han hecho por medio de medicamentos homeopáticos, esto es, medicamentos que poseen la facultad de producir un estado morboso análogo a la enfermedad que se trataba de curar. Estas curaciones se han hecho de una manera pronta y duradera por medio de medicamentos que por casualidad elegían, en contradicción con todos los sistemas y todas las terapéuticas de su tiempo, muchas veces sin saber lo que hacían ni por qué obraban de este modo, confirmando por los hechos y contra su voluntad la necesidad de la sola ley natural en terapéutica, la de la homeopatía; ley a cuya investigación no han permitido entregarse hasta ahora las preocupaciones médicas, a pesar del número infinito de hechos y de indicios que deberían haber inducido a su descubrimiento.”


En los finales de la introducción señala :

     “Ha habido también médicos que han sospechado que los medicamentos curaban las enfermedades, por la virtud de que gozan de producir síntomas morbosos análogos.” * (Al citar los pasajes siguientes de escritores que han presentido la homeopatía, no es mi intención probar la excelencia de este método, que por sí sola se acredita, sino evitar que se me acuse de haber pasado esta especie de presentimientos, para apropiarme la prioridad de la idea.)
     Así el autor del libro titulado Sobre las Cosas Referentes al Hombre  que está entre los escritos atribuidos a Hipócrates, dice las siguientes notables palabras: «La enfermedad toma origen en lo semejante y se cura por lo semejante;”

     Y cita finalmente:
     “Pero entre todos los médicos, el que expresa más formalmente su convicción acerca del particular, es el médico del ejército danés, Stahl * que habla en estos términos: «La regla admitida en medicina, de tratar las enfermedades por medios contrarios u opuestos a los efectos que éstas producen (contraria contrariis), es completamente falsa y absurda. Estoy persuadido, por el contrario, de que las enfermedades ceden a los agentes que determinan una afección semejante (similia similibus);”.* En J. Hamelli, Comment. de Arthirite tam tartarea, quam scorbutica, seu podagra et scorbuto, Budingoe, 1.738. en 8. pág. 40-42.”